En diciembre de 1944, mientras el ejército soviético se acercaba al campo de trabajo esclavo de Polonia donde Leon estaba encarcelado, los alemanes evacuaron a Leon al campo de concentración de Buchenwald en Alemania. Leon nos relata la evacuación y su primer día en Buchenwald.
La transcripción completa
LEON MERRICK: “Escucharon un silbido. Alzamos la vista y vimos gente que salía del trabajo con canastos para el almuerzo. Gente, niños que iban a la escuela, y aquí estábamos nosotros, encerrados en un vagón. Yo tenía 16 ó 17 años; estaba encerrado solamente por ser judío, nada más. No era un delincuente”.
NARRADOR: Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Leon Merrick le cuenta al presentador, Bill Benson, cómo fue su evacuación de un campo de trabajo forzado en Polonia y su llegada al campo de concentración de Buchenwald en 1944.
LEON MERRICK: Nos pusieron en vagones de ganado. Eran vagones de ganado cerrados. Solo tenían una pequeña ventana y alambre de púa en la parte superior. Y creo que nos dieron, que colocaron un balde en el medio del tren, para nuestras necesidades. Luego, el tren comenzó a traquetear. No sabíamos adónde íbamos. En un momento, un muchacho levantó a otro y miramos por la ventana. Leíamos nombres en alemán. Por eso supimos que íbamos a Alemania, pero no sabíamos exactamente a qué lugar de Alemania. En ese momento, escuchamos un silbido. Alzamos la vista y vimos gente que salía del trabajo con canastos para el almuerzo. Gente, niños que iban a la escuela, y aquí estábamos nosotros, encerrados en un vagón. Yo tenía 16 ó 17 años; estaba encerrado solamente por ser judío, nada más. No era un delincuente. No había matado a nadie. Esa era la única razón.
Bueno, después de viajar durante varios días, el tren se detuvo. Se abrieron las puertas, miré el lugar y pude ver la esvástica que flameaba en un mástil, un letrero grande que decía “Campo de concentración de Buchenwald” y el conocido letrero que decía “El trabajo te hace libre”. Y después de esperar cinco o diez minutos (quién sabe cuántos, no recuerdo con exactitud), salieron unos guardias. Dijeron: “Formen una columna de cinco en fondo”. Entramos por la puerta principal. Nos llevaron hacia un pasillo grande, quizás se extendía desde un extremo al otro. Había una mesa grande y larga. “Desvístanse todos. Desvístanse todos”. Yo todavía conservaba fotografías de mi familia de antes de partir. Las tenía en un bolsillo. Tenía las direcciones de parientes que pensaba visitar después de la guerra. No teníamos una libreta de direcciones como ahora. En Europa oriental, cuando llegaba una carta, conservábamos el sobre. Cuando escribíamos una carta, buscábamos el sobre y leíamos lo que decía. Bueno, pero una vez que me desvestí, dijeron: “Dejen todo en la mesa”. Después salí. Eso es todo lo que pude recordar. Como ya le conté, yo trabajaba en una fábrica donde las máquinas funcionaban con aceite. No tenía ninguna muda de ropa y mis pantalones estaban sucios con aceite. Me las ingenié para lavarlos un par de veces, pero supongo que el aceite no salió completamente… No podía limpiarlos bien.
Tenía ampollas en los pies. Y allí estaba yo, completamente desnudo. Después vino un oficial médico, un alemán alto, de uniforme negro. Me miró [risas]. Él señaló y preguntó: “¿Qué es eso?”. Yo le respondí en el mejor alemán que pude. Le expliqué. Dije: “Yo trabajaba en una fábrica. No tenía ninguna muda de ropa y creo que esto es aceite sucio de la máquina”. Solo movió la cabeza con gesto de disgusto y se fue. Se fue. Después…
BILL BENSON: ¿Y este oficial podría haberlo enviado a matar?
LEON MERRICK: Sí, podría haberme enviado.
BILL BENSON: Sí.
LEON MERRICK: Simplemente se fue. Era un tipo alto. Tenía un brazalete rojo y una esvástica roja; y un uniforme negro. Y una calavera en la gorra. Era un tipo hosco. Y movió la cabeza con gesto de disgusto y se fue. Tuve suerte. Cuando esto terminó, recuerdo que dijeron: “Bajen todos”. Bajamos y debe haber habido quizás unos 10 ó 20 hombres. Pero eran prisioneros, como yo, pero ya tenían trabajo en el campo. Como dije antes, en el campo de Buchenwald había 58.000 personas. Había judíos, no judíos, alemanes, comunistas y testigos de Jehová, y quién sabe qué otros grupos. Cualquiera que los alemanes no consideraran bueno, quedaba recluido en este campo de concentración: 58.000 personas. Nos hicieron marchar al piso inferior y nos rasuraron. Nos afeitaron la cabeza, debajo de los brazos, en todo el cuerpo. Y cuando terminaron, nos llevaron a la habitación siguiente. Había un barril enorme. Podía ver que el agua era verde y teníamos que sumergirnos allí. No se olvide que acababan de afeitarnos y yo tenía muchas ampollas, ¡cómo ardía! De todos maneras, iban a ser apenas unos segundos, porque había una fila esperando. Todos tenían que entrar y salir.
BILL BENSON: Entonces, eso era un desinfectante.
LEON MERRICK: Era agua con desinfectante, para eliminar los piojos. Teníamos piojos. No nos higienizábamos. Por eso, higienizarnos no era suficiente. No teníamos ninguna muda de ropa. No. Estábamos llenos de piojos. Esa era la razón. Después, al lado, la puerta estaba entreabierta. Alcanzábamos a ver los cabezales de las duchas. En esa época, las duchas… la primera vez que escuché hablar de las duchas, cuando todavía estaba en el ghetto, en 1942, escuché el rumor de que a las personas que trasladaban en realidad las llevaban a cámaras de gas. Les daban un jabón y una toalla. Pero cuando entraban a las duchas, en vez de agua salía gas. Pero no podíamos creerlo; una nación como Alemania. No podíamos creerlo. Pero allí estábamos; veíamos todos esos cabezales de duchas. Y no había salida; no podíamos regresar. Estábamos en un campo de concentración. Y estábamos desnudos [risas]. Estábamos en un campo de concentración…
Finalmente busqué la ducha más cercana. Recuerdo que éramos tres, había dos más. Estaba yo y había dos hombres más. Y el agua no salía, pero buscábamos un buen lugar, en caso de que el agua comenzara a salir. Porque a todos nos ardía el cuerpo [risas]. Y por fin salió un hilo de agua. ¡Sí, qué felicidad! Incluso en medio de esta miseria. Era agua; no era gas. Cuando terminamos, fuimos donde estaba el próximo tipo. Tenía lápiz y papel. Me preguntó: “¿Cuántos años tiene? ¿En qué transporte vino? ¿Cuál es su profesión?”. Le dije que era estudiante, que tenía 16 años. Anotó todo. Después de que anotó todo, pasamos a la habitación siguiente y me dieron ropa. Me dieron una camisa.
No la camisa a rayas típica; era una camisa lisa. Me dieron pantalones. Nada de ropa interior ni camiseta; solamente me dieron una camisa y unos pantalones. Y seguí caminando y el próximo tipo me entregaba unos zuecos de madera. No sé si ustedes conocen los zuecos. Son como zapatos de madera. Y este hombre los tenía en la mano, y se notaba que no eran del mismo número. Y le dije: “Señor, no son del mismo número”. “Yo digo que son del mismo número. Siguiente”. Así que seguí caminando hasta donde estaba el próximo tipo.