Isak Danon: ataque a la sinagoga de Split
Isak Danon relata el ataque a la sinagoga en su ciudad natal de Split, Yugoslavia, en el verano de 1942. Alemania había invadido Yugoslavia en abril de 1941 y, poco tiempo después, Split fue ocupada por los italianos, aliados de la Alemania nazi.
La transcripción completa
ISAK DANON: “Vimos muchos devocionarios chamuscados. Incluso me ahogo cuando pienso en eso. Y fuimos a la sinagoga; también la habían quemado”.
NARRADOR: Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Isak Danon le cuenta al presentador, Bill Benson, cómo fue el ataque a la sinagoga de su ciudad natal de Split, Yugoslavia, en el verano de 1942. Alemania había invadido Yugoslavia en abril de 1941 y, poco tiempo después, Split fue ocupada por los italianos.
ISAK DANON: Un día, mi hermana y yo íbamos a la sinagoga, un viernes a la noche. Nuestra tienda estaba cerca de la sinagoga, entonces dijimos: “Vamos a buscar a nuestro padre para que venga con nosotros a la sinagoga”. Cuando llegamos, él estaba ocupado con una señora, una compradora de última hora, y le decíamos: “Apresúrate, papá, vámonos. Apresúrate”. Él dijo: “Está bien”. Y ella dijo: “Sólo una cosa más”. Finalmente se fue. Llegábamos tarde, así que comenzamos a caminar rápido hacia la sinagoga y, para llegar, teníamos que cruzar la plaza de la ciudad.
Generalmente, la plaza de la ciudad estaba llena de gente y había cafés con mesas en la calle y todo eso. Bueno, esta vez, todo estaba en silencio, excepto por la gente que corría y los camisas negras fascistas con pistolas y rifles que estaban golpeando, derribando y pateando gente. Nos asustamos y mi padre reconoció a algunas de estas personas. Entonces, él nos asió a mi hermana y a mí, y nos dijo: “Vamos”. Dimos la vuelta, abandonamos el lugar y cruzamos toda la ciudad para llegar a casa. No sabíamos qué ocurría, pero mi padre tenía un presentimiento. Nos fuimos a la casa de un rabino que vivía cerca de casa. Nos contó que cuando los servicios religiosos comenzaron, estos tipos irrumpieron, los camisas negras, y eran unos 10 ó 12.
BILL BENSON: ¿Interrumpieron los servicios religiosos?
ISAK DANON: Interrumpieron los servicios religiosos. Preguntaron: “¿Quién está a cargo aquí?”. Le hablaban al rabino, quien les dijo: “Sí, ¿qué puedo hacer por ustedes?”. Respondieron: “Muy bien, se dan por terminado los servicios. Saque a todo el mundo”. Entonces el rabino dijo: “Bueno, estas personas son fascistas italianos y ellos mandan”. Y le dijo a la gente que se retirara.
Mientras todos se retiraban, había como unos peldaños que llevaban a la plaza, donde los fascistas los esperaban con sus rifles y golpeaban a todos a medida que salían.
BILL BENSON: ¿Era la única manera que tenían de bajar?
ISAK DANON: Esa era la única salida. A favor de estos hombres, contaba el rabino, había dos personas mayores, dos señores ancianos y ellos gritaban: “Déjenlo ir. Déjenlo ir”, “liberto”, que significa déjenlo libre, déjenlo pasar. A ellos no los golpearon. Pero golpeaban a todos los demás. El rabino tenía los dientes rotos y sangraba.
La cuestión es que estábamos muy asustados. A la mañana siguiente, mi hermana, la que me había acompañado, y yo fuimos al centro a ver lo que había sucedido. Fuimos a… la primera tienda a la que fuimos fue la de mi tío. Vendía perfumes y cosméticos. La ventana de la tienda estaba destruida. En el interior de la tienda, había vidrios por todo el lugar. No quedaba un solo frasco de perfume. Todos los estuches estaban destruidos.
Después seguimos caminando hacia nuestra tienda. Pasamos por una tienda de cámaras fotográficas. Generalmente, ese tipo de tiendas tenían muchas cámaras. No quedaba ninguna; solo había vidrios rotos y estuches. Después fuimos a nuestra tienda y para suerte nuestra, como dije antes, mi padre tenía una tienda muy pequeña; le llamábamos el “hueco en la pared”. Ni siquiera tenía ventanas para mostrar la mercadería. Solo tenía unas puertas de madera grandes y pesadas. Vimos signos de que las habían golpeado, pero no pudieron romperlas. Solo rompieron los letreros de arriba y cosas por el estilo.
En la plaza de la ciudad, había muchos restos de la hoguera. Vimos muchos devocionarios chamuscados. Hasta me emociono cuando pienso en eso. Y fuimos a la sinagoga; también la habían quemado. A partir de ese momento, no tuvimos sinagoga. La gente que quería celebrar los servicios venía a nuestra casa para que pudiéramos reunirnos allí. O bien otra gente se reunía en sus casas. Y así siguió la vida.