Gerald Liebenau habla de sus recuerdos de la Kristallnacht, o “Noche de los cristales rotos”. El 9 y 10 de noviembre de 1938, una ola de violentos pogromos antisemitas irrumpió en toda Alemania, y dejó a su paso saqueos y la destrucción de sinagogas y de negocios de propiedad judía.
La transcripción completa
GERALD LIEBENAU: “Fue un golpe duro para mí, porque ahora, por primera vez, todo esto era personal, y supe que las cosas no estaban bien”.
NARRADOR: Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Gerald Liebenau habla de sus recuerdos de la Kristallnacht, o “Noche de los cristales rotos”. El 9 y 10 de noviembre de 1938, una ola de violentos pogromos antisemitas irrumpió en toda Alemania, y dejó a su paso saqueos y la destrucción de sinagogas y de negocios de propiedad judía.
GERALD LIEBENAU: Estaba sucediendo todo esto cuando repentinamente se produjo la Kristallnacht, la “Noche de los cristales”, cuando en toda Alemania irrumpió un movimiento masivo, cuyo blanco eran los judíos. No solo rompieron todas las ventanas de cada tienda de judíos, sino que también incendiaron todas las sinagogas que pudieron.
Mi padre tiene una carta del rabino de la sinagoga a la que concurríamos. La sinagoga se inauguró en 1930. Era un lugar hermoso, enorme. Y era moderna; muy linda. En esta carta, describe lo que le ocurrió a la sinagoga esa noche.
Lo llamó el portero o el vigilante del edificio, que no era judío, y le dijo: “Rabino, nuestra sinagoga se incendia”. Corrió al lugar y vio que había bomberos, pero que apagaban el fuego de los edificios vecinos. Nadie intentaba extinguir el incendio. Ahora bien, eso no es posible, a menos que hubiera un buen plan y órdenes impartidas a cada estación de bomberos de Alemania para que cuando se incendiara una sinagoga, no extinguieran el incendio.
Eso está en contra de la naturaleza del bombero, de cualquier nacionalidad. Tuvo que ser una orden muy estricta. Sin dudas, había gente de la Gestapo en todas partes que controlaba que esto se cumpliera de esa manera.
La sinagoga se quemó prácticamente por completo. Cuando la incendiaron, yo tenía solo ocho años.
Después de la guerra, fui a Berlín; estaba destinado a Viena y pude ir a Berlín. Volví a la sinagoga y, para mi sorpresa, no quedaba en pie ni un solo edificio en todo el barrio. Los bombardeos en Berlín fueron devastadores. No quedó ni un edificio. Y la sinagoga ya no era el único hueco de la cuadra. Conservaba más paredes que cualquier otro edificio de toda la calle. Pensé “alguien debe haber visto la escena”.
De cualquier manera, en todo esto, mi experiencia personal de esta noche, la Kristallnacht, el 10 de noviembre, es la siguiente: cuando iba a la escuela, pasaba por una tienda de artículos para pintores, una tienda grande, con ventanas enormes. Cada vez que pasaba me detenía porque tenía el tipo de cosas que a un niño le encanta tener: crayones, lápices y lapiceras, y otros artículos para pintores.
Y estaba destruida. Faltaban las ventanas y todo el lugar había sido completamente saqueado. No quedaba nada. En esa tienda no había quedado ninguna de las cosas que me gustaban. Fue un golpe duro para mí, porque ahora, por primera vez, todo esto era personal, y supe que las cosas no estaban bien.
Mi madre fue la heroína del día. Ella nunca había sido la jefa del hogar. Creo que no sabía completar una libreta bancaria, no sabía cómo cobrar un cheque y, de repente, tuvo que hacer todas esas cosas y prepararnos para abandonar el país, porque en ese momento, habíamos conseguido nuestros permisos de los británicos.