Charlene Schiff narra cómo escapó con su madre del ghetto de Horochow, Polonia, en 1942. Poco después de escapar, Charlene fue separada de su madre, y pasó el resto de la guerra buscándola y escondiéndose en los bosques para sobrevivir.
La transcripción completa
CHARLENE SCHIFF: “Vivía como un animal, yendo de bosque en bosque, buscando a mi madre. No podía permitirme pensar que nunca la encontraría. Debía encontrar a mi madre”.
NARRADOR: Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas con sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Charlene Schiff habla con el presentador, Bill Benson, de su escape del ghetto de Horochow con su madre en 1942. Poco después de que escaparan, Charlene fue separada de su madre.
CHARLENE SCHIFF: Mi madre, que trabajaba fuera del ghetto, obviamente, trataba de encontrar a un granjero que nos escondiera a las tres: a mi hermana, a mi madre y a mí. Pero no consiguió uno solo y finalmente encontró dos granjeros: uno estaba dispuesto a esconder a una persona, y el otro, a dos. Mi madre debía decidir cómo dividir a nuestra pequeña familia. Con su infinita sabiduría, se le ocurrió una solución. Mi hermana, cinco años mayor que yo, iría con el granjero que estaba dispuesto a esconder a una persona, y mi madre y yo iríamos al otro lugar cuando llegara el momento oportuno.
Un día, en 1942, creo que a comienzos del verano, no recuerdo las fechas, pero recuerdo que nos levantamos y le dije adiós a mi maravillosa hermana mayor. Ese día, ella debía ir directamente del trabajo al lugar que mi madre le había conseguido. De alguna manera, nos mantendríamos en contacto mientras estuviéramos escondidas; cómo, no sé. De eso se ocuparía mi madre. Mi hermana partió y no supimos nada de ella durante dos o tres días; eso significaba que todo marchaba de acuerdo con el plan, porque de lo contrario, nos habríamos enterado de algo.
Éste era el segundo ghetto. Era mucho más pequeño que el primero. En tres de los lados, también había cercas altas de madera reforzadas con alambre de púas. Pero el cuarto lado era una barrera natural, el río, que se llamaba “Bezemiena”. Y ese río separaba nuestra ciudad de un pueblo cercano.
Cuando mi hermana partió hacia lo del granjero, estábamos en el segundo ghetto. Después de unos días, cuando no supimos nada de ella, lo cual significaba que había llegado bien y que todo marchaba según el plan, mi madre llegó del trabajo y me dijo que me pusiera mi mejor ropa y zapatos, y que llevara una muda porque nos iríamos del ghetto esa noche.
En la noche cerrada, y era una noche verdaderamente oscura, mi madre y yo salimos de nuestra habitación y llegamos al río. Planeábamos cruzarlo para encontrarnos con el granjero que estaba dispuesto a escondernos a mi madre y a mí. Pero en la mitad de la noche, se escucharon disparos y no pudimos movernos. Permanecimos en el río, en el agua; recuerdo que el agua me llegaba a la altura del mentón y ni siquiera podía agacharme porque, de lo contrario, me ahogaría. Cuando sonaron los disparos y no pudimos movernos, mi madre intentó calmarme, y me dijo que guardara silencio y que quizás podríamos irnos por la mañana temprano.
Sin embargo, no fue así. De repente, los disparos se hicieron más frecuentes y a la mañana muchas otras personas del ghetto trataron de escapar por el río; era la única manera de salir del ghetto sin tener un permiso por escrito. En el río estuvimos varios días; no recuerdo exactamente si fueron cuatro o cinco días y noches; y no podíamos cruzarlo para ir a la casa del granjero. Durante ese tiempo, dormitaba intermitentemente. Mi madre podía agacharse porque era más alta, pero yo no, porque me ahogaría. Debía dormir parada, mientras mi madre me sostenía la espalda con la mano.
Una vez, mientras dormitaba, me desperté y mi madre no estaba. Quería gritar, pero sabía que debía quedarme callada; buscaba por todos lados, pero mi madre no estaba. Cuando cayó la noche, todo pareció quedar en silencio. Creo que los alemanes hicieron su trabajo. El ghetto había desaparecido. Los gritos que se habían escuchado durante días, el fuego y el humo, los niños llorando; todo aquello quedó en una quietud que me aterrorizaba y me abrumaba, pero sabía que no podía gritar ni llorar; debía quedarme callada.
Pero esa noche, cuando todo quedó en silencio, me dirigí hacia la casa del granjero. Sabía dónde vivía porque antes de la guerra le comprábamos productos lácteos, e incluso una de sus hijas iba a la misma escuela que yo. Me llevó casi toda la noche cruzar el río y caminar hasta la propiedad del granjero; cuando llegué, no me permitió ni siquiera entrar a la casa. Me hizo señas para que fuera al granero, donde me dijo que no había visto a mi madre. Mi madre no estaba allí. Mi esperanza era encontrarla en ese lugar. También me dijo que podía quedarme a pasar el día, pero que era mejor que me fuera al anochecer. Si no me iba, me llevaría ante las autoridades. Traté de rogarle que me permitiera permanecer un día más para poder reflexionar y planear algo, planear qué hacer; pero no quiso escucharme.
Cuando él salió del granero, no pude creer lo que veía. El hombre llevaba puesto un mono, del cual colgaban el reloj de bolsillo y la cadena de oro de mi padre.
Salió y me dejó en el granero. Al poco tiempo, vino su esposa; me dio un pedazo de pan y una manzana, y me dijo que su esposo hablaba en serio; que si quería sobrevivir, debía irme. Esa noche me fui de la casa del granjero sin rumbo y sin saber qué hacer. Pero, en realidad, allí comenzó mi odisea.
Vivía como un animal, yendo de bosque en bosque, buscando a mi madre. No podía permitirme pensar que nunca la encontraría. Debía encontrar a mi madre. ¿Adónde iba a ir, qué iba a comer, quién iba a cuidarme?