Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto, autor con gran éxito de ventas y Premio Nobel de la Paz, ha trabajado incansablemente para combatir lo que él llama “los peligros de la indiferencia”.
La transcripción completa
ELIE WIESEL: La indiferencia es una salida tan fácil. No es necesario dedicarle tiempo. Uno puede quedarse en su casa, comer e ir a dormir, en vez de preocuparse por la gente que sufre y por la gente que vive con miedo.
DANIEL GREENE: Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto, autor con gran éxito de ventas y Premio Nobel de la Paz, ha trabajado incansablemente para combatir la intolerancia, la injusticia y la apatía. A principios de este año, en un hotel de San Francisco lo agredió una persona que negaba el Holocausto. Si bien Wiesel salió ileso del ataque, el incidente lo hizo reflexionar sobre un tema recurrente en su trabajo, al que llama “los peligros de la indiferencia”.
Bienvenidos a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcast del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. Mi nombre es Daniel Greene. Cada dos semanas, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Desde su oficina de la ciudad de Nueva York, presentamos a Elie Wiesel.
ELIE WIESEL: Le daré un ejemplo. Esa persona me atacó. Ya estábamos fuera del ascensor e intentaba llevarme por la fuerza a su habitación. Comencé a gritar, literalmente a dar alaridos. Nunca me había escuchado dar semejantes gritos: “¡Auxilio, auxilio, auxilio!”. Debo de haber gritado durante tres minutos. No se abrió ninguna puerta. Después, fui a hablar con el personal de seguridad, y me dijeron: “Recibimos unos tres llamados de personas que escucharon sus gritos”. Tres. Deben de haber sido 20 ó 30, porque eran las 6 de la tarde. Eran las 6 ó 7 de la tarde, pero ninguna puerta se abrió. ¿Cómo puede uno no sentirse desalentado?
¿Qué puedo hacer con eso? Esto es la indiferencia. Luché toda mi vida contra la indiferencia. Sí, al menos tres personas llamaron, pero aun así no abrieron ninguna puerta. Eso duele. Es decir, ¿qué he hecho con todo mi trabajo? Tratar de hacer reaccionar a la gente.
Incluso en términos morales, la moralidad significa preocupación por los demás, no por uno mismo: por los otros.
Para poder sentir empatía y compasión por una persona que está sola, sufriendo, desesperada, debemos recordar a otros que estuvieron solos, sufriendo y desesperados. Y quien tiene esa capacidad de olvido no es un solo individuo, sino también el grupo. El olvido significa el fin de la civilización, el fin de la cultura, el fin de la generosidad, el fin de la compasión, el fin de la humanidad. Por eso aliento el recuerdo y trato de fortalecerlo. Y todavía creo, a pesar de todo, que el recuerdo sirve para protegernos. Si recordamos lo que las personas pueden hacer unas por otras, podemos ayudar a los que mañana pueden verse amenazados por el mismo enemigo.
Sí, las generaciones llegan y pasan, y ya llegan otras nuevas. Ya han pasado cuatro generaciones. Ya hay bisnietos de sobrevivientes. Y creo que la tercera generación y la cuarta están mucho más involucradas de lo que lo estuvo la primera. O sea, algo bueno está sucediendo en nuestros días. Lo veo a mi alrededor, con las cartas que recibo. De bisnietos, o simplemente de niños. Me escriben muchos niños de todas las escuelas secundarias del mundo, especialmente de Estados Unidos o Francia, cientos de niños.
¡Son tan hermosos! En general, tienen 12, 16... ó 10 años, y hacen preguntas o expresan lo que sienten. Y me llegan al alma. No puedo expresar cuánto. Realmente me conmueven.
Aquí, por ejemplo. Estoy buscando. Estos son sobres de niños, de varias escuelas secundarias. Y contesto cada una de las cartas.
Tengo una idea. Abramos una. Esta viene de Carolina del Norte, Winston Salem, Carolina del Norte: “Estimado Sr. Wiesel: Tengo 16 años. Leí su libro Noche. Es extraordinario. La parte en la que usted viajaba en tren hacia el campo fue la que más me impactó porque me pareció la más aterradora. ¿Pensó en regresar alguna vez a su hogar, o sería demasiado doloroso?”.
Recibo este tipo de mensajes. Y respondo todas las cartas. ¿Y sabe una cosa? Para mí, son una prioridad. Mi secretaria lo sabe. No importa quién escriba, los niños tienen prioridad. A veces escriben personas muy importantes, pero los niños están en primer lugar.
Insisto, creo que el que escucha a un sobreviviente se convierte en testigo, porque los sobrevivientes fueron testigos. Y el que escucha a un testigo se convierte también en testigo. Eso justifica mi fe.