A sus 96 años, Ruth Gruber ha sido testigo de la historia, luchando contra la injusticia con sus palabras y fotografías.
La transcripción completa
RUTH GRUBER: Era una periodista que sentía que debía sacudir al mundo y decirle: “¡Despiértense!” Miren lo que le está pasando a la gente que ha sufrido tanto. Miren lo que le está pasando a estos judíos, los judíos del Éxodo."
DANIEL GREENE: A sus 96 años, Ruth Gruber ha sido testigo de la historia. Como estudiante estadounidense de intercambio en Alemania durante la década de 1930, presenció el despliegue de los planes de Hitler. Como periodista que cubría la Segunda Guerra Mundial, acompañó a un grupo de sobrevivientes del Holocausto a Nueva York. E, inmediatamente después de la guerra, cubrió el viaje del Éxodo, un barco ocupado con casi 4.500 judíos que trataban de ir a Palestina. Gruber resume su legado como una lucha contra la injusticia armada con las herramientas que conoce mejor, sus palabras y fotografías.
Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts gratuitos del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos que es posible gracias al generoso apoyo de la Oliver and Elizabeth Stanton Foundation. Soy Daniel Greene. Cada dos semanas, invitamos a una persona para que reflexione acerca de las diversas maneras en las que el antisemitismo y el odio influyen en nuestro mundo actual. Aquí presentamos a la periodista y fotógrafa Ruth Gruber.
RUTH GRUBER: Me encantaba la cultura alemana, el idioma alemán y la música alemana, desde luego. Y gané una beca para Madison, Wisconsin, el Departamento Alemán, y desde allí fui a Alemania por un año. Y vi la llegada de Hitler al poder.
Él había aprendido cómo reunir diferentes segmentos de la población, diciéndole a cada uno de ellos cómo los judíos eran sus enemigos, cómo Estados Unidos era el mal. Todavía puedo escuchar esa histeria hoy. Y sentía que esa voz que escuchaba no provenía de las cuerdas vocales sino de sus entrañas. Era una voz histérica y horrorosa.
Cuando volví a Estados Unidos, me decían: “¿Por qué te preocupa este hombre? No durará en el poder más de un año”.
Aunque los judíos alemanes pensaban de esa forma, este lunático, este payaso, este loco que estaba prometiendo de todo a cada grupo de personas. Qué equivocados que estaban. Y si lo escuchabas y lo mirabas, sabías que no era ningún payaso. Era un futuro dictador, que sabía como ganarse a la gente.
Sí, sí. Creo que eso es lo que me enseñó que hay que ser testigo para comprender lo que está pasando en el mundo.
Cuando la guerra terminó, la gente creía que los judíos que habían sobrevivido al Holocausto saldrían corriendo de Auschwitz y Bergen Belsen, todos los demás, que destruirían ese cínico letrero: "Arbeit macht frei: El trabajo te hace libre" y vivirían felices por siempre. Pero eso no es lo que pasó. Los judíos que habían sobrevivido, aquellos que podían caminar, aquellos que se estaban curando, algunos volvieron a sus hogares pero todo el mundo estaba muerto, y sabían que ya no podrían vivir en estos pueblos y aldeas, shtetls, donde se habían criado.
Y estábamos en Jerusalén cuando me enteré de que un barco llamado Éxodo 1947 había sido atacado por cuatro barcos de guerra británicos. Y recuerdo haber enviado un telegrama al Herald Trib diciendo que se parecía a una caja de fósforos partida por un cascanueces. Una cubierta entera había desaparecido. Vi a madres buscando a sus hijos. Vi a niños correteando en busca de sus padres.
El Parlamento Británico estaba debatiendo qué hacer con ellos. Hacía calor, 40 grados. Después de 18 días en ese calor agobiante, llegó el rumor de que los judíos del Éxodo iban a volver a Alemania. El mundo estaba tan indignado, que vinieron periodistas desde Japón, desde China y desde Sudamérica. Y a los dieciocho días, el cónsul británico nos convocó y nos dijo: “Vamos a llevar tres periodistas”.
Y decidieron que yo representara a toda la prensa estadounidense. Creo que se arrepintieron de eso durante 40, 60 años!
Entonces me subí a la cubierta superior y cuando me vieron subir, hombres jóvenes fuertemente armados, que tenían un aspecto completamente diferente del que habían tenido en el ’46 cuando parecían esqueletos, izaron una bandera. Habían pintado la esvástica en la bandera del Reino Unido. Me di cuenta de que era una bandera histórica porque en esta situación espantosa, habían encontrado la forma de desafiar al mundo entero.
Y dijeron: “Vaya abajo. Vaya a ver nuestro Auschwitz flotante”.
Y bajé, a las bodegas. Era una escena dantesca. Había hombres semidesnudos, mujeres con bebés en los brazos. Y cuando encontraron que una mujer, una estadounidense, una judía, alguien que hablaba algo de sus idiomas, especialmente alemán, comenzaron a gritar números de teléfono.
“¡Mi madre está en Chicago! ¡Mi hermana está en Detroit!”
Todos estos números.
“¡Llámelas! ¡Dígales que estoy vivo!”
Me dieron todos estos pequeños trozos de papel. Y prometí que llamaría a sus parientes, y así lo hice cuando volví a casa.
Y después dijeron: “¡Tome fotos! ¡Muéstrele al mundo cómo nos tratan, en esta oscuridad!”
Y comencé a tomar fotos. No sé cómo, porque estaba ciega. La única luz provenía de una pequeña ventana. Y pensé que ninguna de las fotos saldría, y para mi sorpresa, salieron todas. Y esa luz era perfecta.