De joven, Jeffrey Goldberg dejó los Estados Unidos para unirse al ejército israelí. En un campamento de prisioneros palestinos, Goldberg encontró situaciones que pusieron en duda su idealismo.
La transcripción completa
JEFFREY GOLDBERG: Durante una etapa de mi vida, sufrí el antisemitismo en los recreos del colegio. A veces me lanzaban monedas en el patio. Decían que el juego se llamaba “doblegar al judío”, y estaba basado, por supuesto, en la idea de que cualquier judío se agacharía a recoger un centavo.
Es notable porque –se habla del profundo efecto que tienen las cosas que le suceden a uno en las primeras etapas de la vida– ahora no soy capaz de agacharme a recoger una moneda de 25 centavos.
Así que pienso que es correcto decir, desgraciadamente correcto, que los antisemitas dieron forma al inicio de mi identidad judía. Y creo que llegué a la idea del sionismo mediante una comprensión muy básica, que es lo que los sionistas se dicen a ellos mismos y a los otros judíos: "Mira. Cuando te golpean, puedes devolver el golpe."
DANIEL GREENE: De joven, Jeffrey Goldberg dejó los Estados Unidos para unirse al ejército israelí. Cuando lo designaron como guardia de rebeldes palestinos en un campo de prisioneros, Goldberg encontró situaciones que pusieron en duda su idealismo. En su libro, llamado Prisoners (Prisioneros), Goldberg detalla su experiencia en el campamento, incluso la relación con un palestino llamado Rafiq.
Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts gratuitos del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, que es posible gracias al generoso apoyo de la Fundación Oliver y Elizabeth Stanton. Mi nombre es Daniel Greene. Cada dos semanas, recibimos a un invitado para reflexionar sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Aquí les presentamos al autor y periodista, Jeffrey Goldberg.
JEFFREY GOLDBERG: Me considero un militante judío porque, en mi vida, no tengo ningún tipo de tolerancia para ningún tipo de comportamiento antisemita.
Creo que me atrajo Israel, o me atrajo la idea de la autodefensa colectiva de los judíos, porque me puse a pensar en la Shoah y no pude encontrar ninguna respuesta filosófica. Pero encontré una repuesta práctica: era mucho más fácil matar a los judíos porque ellos no se defendían. Y un militante judío es alguien que observa esa experiencia y dice “No. Esto no volverá a pasar”.
Quería alistarme en el ejército israelí en parte porque quería ser uno de esos judíos que se defienden. No quiero decir que me motivaba únicamente lo que me había pasado cuando tenía 12 o 13 años, pero creo que eso explica una gran parte.
Así que te dan un rifle, y un muchacho de 20 años con un rifle, y no importa en qué cultura, es una cosa que te da mucho poder, ese rifle. Y lo que sucedió con el tiempo fue que comencé a ver algunas de las ambivalencias de tener ese rifle.
Ahora, a los 42 años, no me opongo a la musculosidad judía, pero la realidad del poder no es igual que la fantasía del poder. La realidad del poder es complicada.
A eso lo aprendí a los golpes. Era el año 1989, 1990, el pico del primer levantamiento palestino, con los que lanzaban piedras, los que pintaban graffitis y los que tiraban cócteles molotovs. Y la tarea del ejército israelí en ese momento era sofocar a estos sediciosos. Era un trabajo sucio, eso de perseguir a los chicos y meterlos en la cárcel. No había sitio para soñar con el heroísmo.
Y la segunda dificultad era ver a algunos judíos, no todos, no la mayoría de los que estaban conmigo, pero algunos, haciendo uso indebido del poder. Y eso era parte del reto de devolverles el poder a los judíos, era: ¿cómo lo van a utilizar?
No significa que uno no debe usar poder. Sino que esta es la línea en la que intento mantenerme —y que uno espera que Israel y los Estados Unidos sean capaces de mantener—, que es: ser conscientes del tremendo poder con que uno cuenta y usarlo con mesura.
Nada de lo que vi en Israel, en el ejército, nada me hizo cambiar de idea acerca de que la autonomía física de los judíos era la mejor y la única respuesta apropiada para la impotencia judía que vimos en la Shoah.
Así que tenía, y todavía tengo, esta batalla interna entre los imperativos mezquinos de proteger a mi tribu, de ser leal a mi tribu, y el llamado universal; es decir, el sistema de creencias que dice que somos todos iguales y que merecemos las mismas cosas y que todos queremos las mismas cosas.
Y por eso, estar en una prisión en Medio Oriente presentaba obviamente un reto.
La situación conspiraba contra la humanidad. Pero tenía un impulso idealista, y pensé que si podía identificar las cualidades humanas de ellos, y después permitirles que vean las cualidades humanas en mí, pensé que podríamos llegar a alguna parte.
Así que hice bastantes esfuerzos para mantener conversaciones con los prisioneros palestinos. Y con un par de ellos desarrollé una amistad, es difícil usar la palabra “amigo” en ese contexto, pero me hice amigo de un par de ellos, uno se llamaba Rafiq. Y me caía bien porque parecía muy analítico, muy racional.
Lógicamente, la mayoría de las conversaciones no pasaban de:
“Están completamente equivocados.”
“No. Ustedes están completamente equivocados.”
Con Rafiq era diferente. Él tomaba cierta distancia del conflicto, algo parecido a lo que yo hacía, que le permitía analizar las debilidades de su propio movimiento nacionalista y no sólo las del mío.
Y así nos hicimos amigos, para llamarlo de alguna forma. Y ha sido una amistad que ha durado hasta el día de hoy.
Hay un momento en el libro que ocurre justo después de un asesinato en la prisión. Y era algo que me molestaba mucho, así que quería hablar con Rafiq del tema. Y ahora voy a leer del libro:
“Unos pocos días después del asesinato, le propuse una situación hipotética a Rafiq. ‘Imagina que ya pasaron cinco años y eres un hombre libre que trabaja en un obra en construcción en Jerusalén. Me ves caminando por la calle. Estoy vestido de civil, pero me recuerdas como un soldado del ejército israelí, el ejército que está ocupando tu tierra y tiranizando a tu pueblo. ¿Me matarías si tuvieras la oportunidad?’
“A lo que Rafiq contestó, en hebreo: ‘¿Qué dices?’
“‘No, en serio’, le dije.
“‘Jeff, eso es una estupidez’, me dijo. . . .
“Y al final me respondió: ‘Digamos. No lo haría como algo personal.’”
Lo bueno es que sí nos encontramos después, y que no me mató. Así que la respuesta que recibí era parcial.
Y, a propósito, me llevó mucho tiempo darme cuenta de que lo opuesto también era verdad, que si hubiera tenido que matar a Rafiq no hubiera sido algo personal. Y me arrepiento. Pero estaba en el ejército. Podría haber surgido una situación en la que Rafiq hubiera terminado en mi rango de tiro.
Esa es la explicación que me doy a mí mismo. Me parece bien que tengamos grupos de diálogo y que intentemos acercarnos a los que están del otro lado, pero a la hora de la verdad, ellos están en una tribu, y yo en otra. Y mi tribu tiene objetivos y su tribu tiene objetivos. Y lo tribal va a triunfar sobre lo personal. Y eso es lo que ha sucedido y sigue sucediendo en el Medio Oriente.
Rafiq es interesante, porque yo sé lo que él piensa. Sé que se opone a Israel. Sé que, en las condiciones adecuadas, podría convivir con Israel, pero sé que estamos en sitios opuestos.
Por otro lado, confío en él. Le confiaría el cuidado de mis hijos. Y hay personas a las que eso les parece extraño, pero a mí no me parece ni extraño ni inusual. Le caigo bien. Mis hijos le caen bien. Él me cae bien a mí. No hay nada político en eso.
Pero eso no significa que, en otros niveles, tengamos problemas existenciales para resolver. Y a eso lo atribuyo a las complejidades de las relaciones humanas.