Halina Peabody habla de la decisión de su madre de esconder a su familia tras la invasión alemana a Polonia en 1939. Halina Peabody pasó la guerra en Polonia con una documentación falsa que la identificaba como católica.
La transcripción completa
HALINA PEABODY: “Estábamos tan traumatizados que nos quedamos paradas allí, y mi madre entonces dijo que pasara lo que pasara, no íbamos a separarnos otra vez. Pasara lo que pasara, nos iríamos todas juntas”.
NARRADOR: Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Halina Peabody le cuenta al presentador, Bill Benson, cómo sobrevivieron a varios aktions (operaciones violentas de alemanes contra civiles judíos) y la posterior decisión de su madre de hacer pasar a la familia como católica.
BILL BENSON: Cuéntenos, Halina, ¿cuándo fue que su madre, sabiendo que habría aktions y que probablemente habría más, en qué momento fue que planeó que se separarían para esconderse y a ella le preocupaba particularmente que usted supiera cómo cuidar a su hermanita?
HALINA PEABODY: Cuando regresamos a Touste, mi madre decidió que eso no iba a funcionar porque sabía que la gente estaba buscando escondites en toda la ciudad. Cavaban huecos que sirvieran de escondites para cuando se produjera la próxima aktion. Y dijo: “No va a funcionar porque nos van a trasladar otra vez.
“En cuanto encontremos un lugarcito para escondernos aquí o allá, vamos a tener que irnos; no va a funcionar”. Es por eso que trataba de que nos llevaran a mi hermana y a mí a Rumania. En ese momento había viajes. Algunos trataban de ir y simplemente salvar a los niños.
Y en un momento me dijo que tenía que cuidar a mi hermana. Tenemos una diferencia de seis años y medio; ella era una niñita y yo debía cuidarla. Íbamos a irnos a la noche en una embarcación hacia Rumania. Pero nunca pudo concretarse.
Después vino otra aktion; fue en ese momento que comenzamos a buscar refugios. Había un grupo de personas que bajaron al sótano y había una señora, una amiga de mi madre, que tenía un bebé; trataron de convencerla de que le diera algo para dormir, algún medicamento para que no se despertara cuando vinieran a llevarse gente.
Pero no quiso. Sé que la atraparon en ese momento porque vinieron a llevarse gente de varias casas porque las casas tenían la estrella amarilla, y así sabían dónde buscar. Por otro lado, mi madre decidió buscar dos escondites.
Encontró un lugar para mí, que era en el desván de un granjero que ella conocía. A su vez, hizo un trato con otra granjera para que las albergara a ella y a mi hermana, le pagó por adelantado y ella fue allí y yo, al desván. Y durante todo el día se llevaron gente.
Estaban llevándose gente y yo lo sabía. La señora de aquel lugar me decía que cuando estaban llevándose personas en la plaza, vieron a una señora amiga de mi madre, y a mí me aterró pensar que se hubieran llevado a mi madre y a mi hermana. Por otro lado, mi madre después me dijo que ella temía que me atraparan a mí.
Y ambas estábamos absolutamente traumatizadas porque una pensaba que la otra había sido atrapada. Sin embargo, lo que le pasó a mi madre fue que la señora que la albergaba se asustó y la echó en pleno día.
Y allí estaba ella, con una niñita, y había un campo grande y un arbusto pequeñito, y nada más; y se agachó junto a ese arbusto. Pasaban aviones volando, buscando a quienes anduvieran errantes; fue un verdadero milagro que no la encontraran.
Al final del día, tenían suficiente gente y la aktion se dio por terminada. A la gente se la llevaron en tren; por supuesto, nunca nadie volvió. Luego, mi madre vino a buscarme y estábamos tan traumatizadas que nos quedamos paradas allí, y mi madre entonces dijo que pasara lo que pasara, no íbamos a separarnos otra vez. Pasara lo que pasara, nos iríamos todas juntas.
A partir de ese momento, comenzó a buscar maneras de escapar y probar otras alternativas. En ese momento, les pidió a unos amigos que la ayudaran, y ellos encontraron a un sacerdote que estaba dispuesto a vender documentaciones que indicaran que éramos católicas. Conseguimos las documentaciones y logramos, antes de la próxima aktion, subirnos a un tren para salir de Touste.
Entiendo que después de que nos fuimos, la situación realmente empeoró. Convirtieron el lugar en un ghetto y murió mucha gente, y no voy a entrar en detalles, pero encontré a personas de mi pueblo que escribieron libros, y fue increíble enterarme de qué nos había salvado mi madre a mi hermana y a mí, qué momentos horribles vivieron todos y qué pocos fueron los que sobrevivieron.
BILL BENSON: Halina, cuando su madre pudo comprar esas documentaciones que las identificaban como católicas, por supuesto, fue solo el comienzo de la adopción de una identidad católica, y con dos hijas. ¿Qué hizo su madre?
HALINA PEABODY: Sí, exacto. Mi madre averiguó un poco sobre la religión católica y me enseñó cosas básicas. Mi hermana era muy pequeña; no sabía y no le dijimos nada. Pero mi madre me enseñó lo básico.
Estábamos en una guerra y yo todavía era una niña, y que ella pensó que habría alguna manera de sobrevivir. Y yo debía tener una nueva fecha de nacimiento, un nuevo nombre, nuevos abuelos: todo nuevo. Todas esas cosas las tenía que aprender de memoria y así lo hice.
BILL BENSON: A los nueve años, debía adoptar una identidad totalmente nueva.
HALINA PEABODY: Sí, así fue. Exactamente. Pero estábamos muy asustadas y se crece muy, muy rápidamente cuando la vida de uno está en peligro, cuando uno siente que lo van a matar. Nosotras solo queríamos escaparnos y probar suerte y, como dije antes, mi madre era una mujer muy valiente y sintió que debía hacer algo.
Ella siempre decía que Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Ella sentía que debía intentar todo lo que fuera necesario porque no quería perder a sus hijas. No quería separarse de sus hijas y eso era lo principal. Ella decía que si fuera por ella, no le habría importado, pero como tenía a mi hermana y a mí, iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance.
Entonces, nuestros amigos nos dejaron en un tren y el viaje de Touste a Jaroslaw iba ser largo. Tuvimos que hacer transbordo. El viaje en tren duró cuatro días y cuatro noches. Y cuando comenzamos el viaje, un joven se acercó, se quedó con nosotras y se mostró muy cordial.
Comenzó a conversar y nos preguntó adónde íbamos, a qué nos dedicábamos, y después siguió haciendo otras preguntas, como: “¿Son judías? ¿Su esposo es judío? ¿Las niñas son judías?”. Preguntaba y preguntaba con mucha insistencia y, al principio, mi madre negó todo, pero al final me dijo: “No pude resistir más y le dije que éramos judías”.
Y él dijo: “Por supuesto, deberé llevarlas a la Gestapo cuando lleguemos a Jaroslaw”. Y en ese momento, mi madre decidió hacer un trato con él; ella le daría todo; lo único que quería era asegurarse de que nos fusilaran inmediatamente para que ella no estuviera… quería librarse de la separación y de cualquier cosa que nos sucediera, porque a los niños los fusilaban, a otra gente la hacían trabajar.
Ella no quería pasar por eso; por esa razón hizo este trato con él. Y él aceptó. Ella le dio el dinero y los boletos de las maletas, y así viajamos durante cuatro días y cuatro noches. Terminamos llenas de piojos y completamente exhaustas.
Cuando llegamos a Jaroslaw y descendimos del tren, de repente me di cuenta de que íbamos a la Gestapo y que nos iban a fusilar; realmente me asusté. Y comencé a tirar de mi madre y a decirle: “No quiero morir. ¡Por favor, no quiero morir, mamá!”.
Entonces miró a este hombre y le dijo: “Mire. Ella es joven, tiene ojos verdes y es rubia. Parece polaca. ¿Por qué no la deja ir y quizás encuentre alguna manera de sobrevivir?”. Y yo dije: “No, no. No quiero ir sola. Quiero que tu también vengas”. Y mientras caminábamos, ella le preguntó: “¿Tiene hijos?
Y él respondió: “Sí”. Y ella preguntó: “¿Para qué quiere cargar con nosotros en su conciencia? Le he dado todo lo que tengo. Déjenos ir y probaremos suerte”. Y llevó tiempo. Al principio, no estaba convencido, pero al final, dijo: “Esta bien, pueden irse”. Su último comentario fue: “No tienen ninguna probabilidad de sobrevivir”.
Estábamos felices de verlo marcharse. Por supuesto, se llevó todo lo que teníamos.