Detrás de cada nombre, una historia es un proyecto del Centro de Recursos para Sobrevivientes y Víctimas del Holocausto (Holocaust Survivors and Victims Resource Center) del Museo. El proyecto web consiste en ensayos que describen las experiencias de sobrevivientes durante el Holocausto.
La historia de Manya: LA TRANSICIÓN
Figuras esqueléticas descendían con recelo de los autobuses blancos. Perplejos, miraban a su alrededor a la multitud de seres humanos civilizados que esperaban su llegada.
Los autobuses blancos, que pertenecían a la Cruz Roja Sueca, seguían llegando en barcazas a la costa de Suecia. El jefe de la Cruz Roja Sueca, Folke Bernadotte, negoció con Himmler, jefe de la Gestapo, la liberación de prisioneros de guerra escandinavos, y también logró persuadir a Himmler para que liberara algunos prisioneros del campo de Ravensbrueck.
Suecia había permanecido neutral durante la Segunda Guerra Mundial y se convirtió en un lugar seguro para muchos refugiados que escapaban de la persecución nazi. A fines de abril de 1945, a días de que la guerra terminara, abrió sus puertas a los prisioneros del campo y los subcampos de trabajo esclavo de Ravensbrueck. La misión, llamada “la expedición de Bernadotte”, no era muy conocida debido a la necesidad de mantenerla en secreto. Se llevó a cabo mientras Alemania todavía estaba en guerra.
Aquellos autobuses blancos transportaban montones de personas consumidas que habían sido rescatadas de los campos de concentración nazi. Con recelo, seguíamos a los trabajadores de la Cruz Roja, sujetando las pocas posesiones sucias que habíamos salvado cuando abandonamos los campos o los restos de los paquetes de la Cruz Roja que habíamos recibido en el autobús. Cuando nos llevaron a las duchas, los seguimos con desconfianza. Dudábamos en ingresar. No nos fiábamos de nadie.
Después de ducharnos, y de que nos despiojaran y desinfectaran, me dieron ropa limpia donada por los vecinos de la ciudad. Era una linda sensación deshacerse de los trapos sucios infestados de piojos. Me alojaron en una escuela como refugio temporal. Pasamos los primeros días durmiendo casi todo del tiempo o recostados en los colchones, exhaustos por las terribles vivencias soportadas durante los años pasados en los campos. De todos modos, siempre alguien miraba por la ventana, intentado convencerse de que ya no estábamos en el campo.
Después de unos días, en el medio de la noche, los estudiantes subieron las escaleras corriendo y gritando: “Terminó la guerra. Terminó la guerra”. No podíamos creerlo. Nos sumamos al festejo de los estudiantes, nos abrazamos, nos besamos y bailamos, felices con la noticia de que, finalmente, la guerra había terminado. Ahora tenía esperanzas de encontrar a algunos de mis familiares.
Malmö, la ciudad adonde me habían llevado, estaba atestada de recién llegados, así que me transfirieron a la ciudad cercana de Lund. Nuevamente, me alojaron en una escuela, esta vez, convertida en hospital, donde pasé los siguientes cuatro meses, para recuperarme de las manchas que me aparecieron en los pulmones cuando trabajaba en uno de los campos en una fábrica que producía hollín (carbono). Los enfermeros nos atendían y los médicos nos visitaban con frecuencia. Controlaban estrictamente la dieta hasta que los estómagos se adaptaran a comidas normales. Los médicos incluso le aconsejaban al público que no nos dieran paquetes de comida.
Los suecos fueron muy generosos, considerando que casi todo estaba estrictamente racionado, tanto la mayoría de los alimentos básicos como la ropa. Por ejemplo, una mujer solo podía recibir un vestido, un par de zapatos y dos pares de medias por año. Y ningún sostén.
Todavía recuerdo los dos vestidos que recibí: uno tenía florcitas sobre fondo blanco, y el otro tenía una combinación de naranja y blanco con hilo negro que formaba cuadros pequeños. También recibí un impermeable, de color carbón, con pequeños cuadros grises y blancos, que usaba como abrigo regularmente. Me calzaba perfecto. La única desventaja era que tenía un refuerzo de goma. Así que cuando hacía frío, me congelaba, y cuando hacía calor, transpiraba. Pero una muchacha debe hacer sacrificios para lucir bien.
Un día, escuchamos un rumor de que había desaparecido la bandera sueca del mástil en uno de los campos. El personal, perplejo, buscaba por todos lados. ¿Quién podía haber robado la bandera? Pronto se resolvió el delito cuando, en la línea para tender la ropa, comenzaron a aparecer sostenes azules y amarillos.
Estaba ansiosa por reincorporarme a la raza humana y parecer normal. Me higienizaba mejor, comencé a arreglarme el cabello y la ropa donada parecía de última moda. Hasta mi imagen en el espejo era más amable. Después del descanso de la tarde, me permitían salir al patio de la escuela. Desfilábamos como modelos, con el cuerpo erguido, en lugar de llevar los hombros caídos, como en los campos. Posábamos para las fotografías que nos tomaban el personal del servicio, los enfermeros o cualquier persona que tuviera una cámara. Claro que algunas muchachas todavía caminaban en batas de hospital, con pantuflas de fieltro y envueltas en mantas.
La transición de los atuendos del campo infestados de piojos a la ropa normal fue fácil, pero las pesadillas y los recuerdos de los campos todavía siguen vivos.
Acerca de la autora
Manya nació en Chmielnik, una pequeña ciudad polaca con una comunidad judía que databa del siglo XVI. Su padre era dueño de una tienda de muebles y su madre era ama de casa. Manya tenía dos hermanos menores, David y Mordechai, y estaba rodeada de muchos familiares cercanos. Asistió a escuelas públicas y hebreas, y tenía muchos amigos.
1933-39: En 1938, la familia de Manya se mudó a Sosnowiec, una ciudad más grande ubicada cerca de la frontera alemana. Allí tuvo su primer contacto con el antisemitismo. Aparecieron letreros que instaban a los ciudadanos polacos a boicotear los negocios judíos. El año siguiente, las tropas alemanas invadieron Polonia. El 4 de septiembre de 1939 a las 2 de la tarde, ocuparon Sosnowiec. El mismo día, arrestaron a los judíos locales, incluido el padre de Manya. La mañana siguiente, los hicieron marchar a una fábrica, donde les afeitaron la cabeza y la barba. Los detuvieron durante la noche sin comida ni agua, y luego los seleccionaron para hacer trabajos forzados. Al padre de Manya le asignaron la tarea de construir letrinas para el ejército. Un mes después, arrestaron a la madre por infringir el toque de queda.
1940-45: En 1941, obligaron a Manya a trabajar en una empresa alemana que producía uniformes militares. El año siguiente, los nazis comenzaron a deportar a los judíos desde Sosnowiec al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Manya y su familia se salvaron temporalmente de la deportación gracias a sus permisos de trabajo. Sin embargo, en marzo de 1943, a Manya la llevaron a la fuerza al campo de tránsito de Gogolin y, desde allí, al campo de trabajos forzados de Gleiwitz. Su familia fue deportada a Auschwitz y nunca más volvió a verla. En enero de 1945, cuando el ejército soviético se aproximaba, evacuaron a los prisioneros en una marcha de la muerte.
Manya y los otros prisioneros fueron transportados al campo de concentración de Ravensbrueck en un viaje de diez días y en vagones de carga sin techo, con un frío glacial. Durante el viaje, protegió a una amiga enferma de que la aplastaran en el vagón atestado. A Manya se le amorataron e hincharon los brazos. Más tarde, la enviaron al campo de Rechlin, donde fue rescatada por la Cruz Roja Sueca en abril de 1945. En 1950, emigró de Suecia a los Estados Unidos. Actualmente, Manya es voluntaria del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos y es miembro activo del panel de oradores del Museo.
Manya Friedman explica por qué otros sobrevivientes deben escribir
“Cuando comencé, me sentía muy insegura. Las manos me temblaban tanto que casi no podía entender mi propia letra. A medida que escribía, encontré confianza, apoyo y aliento. Si yo puedo hacer esto, ustedes también pueden”.
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