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A los 50 años, la rabina Gila Ruskin dejó el púlpito para enseñar estudios judíos en una escuela urbana católica de Baltimore con un alumnado históricamente afroamericano. La experiencia llevó a Ruskin a apreciar las muchas maneras en las que judíos y afroamericanos pueden unirse a través de una historia compartida de opresión y, según dice, un compromiso de ideales proféticos.

La transcripción completa

RABINA GILA RUSKIN: Tenemos que conectarnos, conocernos, relacionarnos y aprender unos de otros. Hago todo lo que está a mi alcance para abrir los ojos de la gente a las posibilidades de lo que podría pasar si dialogamos, cantamos, celebramos y luchamos juntos.

ALEISA FISHMAN: A los 50 años, la rabina Gila Ruskin dejó el púlpito para enseñar estudios judíos en una escuela urbana católica de Baltimore con un alumnado históricamente afroamericano. La experiencia llevó a Ruskin a apreciar las muchas maneras en las que judíos y afroamericanos pueden unirse a través de una historia compartida de opresión y, según dice, un compromiso de ideales proféticos.

Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos que es posible gracias al generoso apoyo de la Oliver and Elizabeth Stanton Foundation. Soy su presentadora, Aleisa Fishman. Cada mes, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Desde Baltimore, Maryland, presentamos a la rabina Gila Ruskin.

RABINA GILA RUSKIN: Había sido rabina de una congregación durante 15 años aquí en Baltimore y buscaba una experiencia nueva, algo desafiante y diferente. Por esa razón, dejé la congregación. Hay una escuela en el centro de Baltimore, llamada St. Frances Academy. Es una escuela católica. El estudiantado es casi exclusivamente afroamericano. Se creó como una escuela que enseñaba a leer a los esclavos, ilegalmente. Funciona desde 1823. La cuestión es que allí se enseña religión como una asignatura obligatoria y comencé a dar clases de lo que llaman “estudios judíos” en el 11.o grado.

Mi trabajo era presentar la perspectiva judía sobre la Biblia y la cultura judía; por lo tanto, les enseñaba todo sobre las festividades. Cantábamos, los viernes encendíamos velas, bebíamos jugo de uva y comíamos bocadillos para recibir el Sabbat. Ahora varios de mis amigos en Facebook son ex estudiantes y los viernes muchos me saludan diciendo “Shabbat Shalom, rabina”.

También participamos en un programa en el que agrupamos 20 estudiantes de esa escuela y 20 de una escuela judía. Juntos realizaban todo tipo de actividades, encuentros, tareas educativas, pero sobre todo, formas de conocerse. Siempre recuerdo uno de los jóvenes, en particular. Era fornido y musculoso. Era un poeta (lo conocí bien porque estaba en mi clase de creación literaria); era un alma realmente amable y poética. Un día los estudiantes estaban hablando de la apariencia y de a veces se juzga por las apariencias y no se toma el tiempo para conocer a los demás. Lo que dijo fue muy conmovedor: “Cuando camino por la calle, la gente se cruza de vereda para alejarse mí”. Comentó que eso tenía un efecto muy profundo en su identidad, y se sentía muy aislado y solo en el mundo. Y su comentario fue verdaderamente revelador para sus compañeros, sus compañeros judíos.

Los estudiantes negros, afroamericanos, tenían muchos prejuicios contra los estudiantes judíos. Por supuesto, decían que todos los judíos eran ricos y cosas por el estilo. Pero todos vivían en gran medida algo parecido… no persecución exactamente, sino prejuicio, diría. Aunque al principio parecía lo contrario, se dieron cuenta de que tenían algo en común, aparte de que escuchar la misma música y ese tipo de cosas.

Debido a que St. Frances era una escuela realmente especial (es una escuela muy especial), había estudiantes que venían de distintos rincones de Baltimore. Para ir a la escuela, algunos tomaban uno, dos, tres autobuses. En los autobuses, muchos eran golpeados, porque llevaban uniformes escolares, y los muchachos de su edad que habían abandonado la escuela se burlaban de ellos. Muchos de sus mejores amigos ahora estaban en el mundo de la droga. Esa era una tentación constante. De hecho, una de las cosas que aprendí fue cómo vivían ese tipo de presiones. El otro problema que estos jóvenes enfrentan es la muerte violenta. Ese es otro elemento constante en su mundo. Todos tienen familiares, amigos y vecinos que recibieron disparos. Todos, sin excepción. Todos debían enfrentarlo de una manera u otra.

A fin de año, cuando llegó el momento de estudiar el tema, llevé a varios sobrevivientes del Holocausto para que hablaran con ellos. Respondieron con todo el corazón. La identificación con los sobrevivientes era tal que al final de la clase siempre alguien decía: “Si usted pudo lograrlo, yo también”. De una manera u otra, esa era su respuesta a estas personas que les explicaban cosas como: “Cuando tenía la edad de ustedes, yo estaba en el bosque, tratando de escapar de los nazis” o “Cuando tenía la edad de ustedes, yo estaba en un campo de concentración”. Contaban cosas por el estilo. Imagino que estos testimonios tienen un impacto en cualquier joven, pero estos jóvenes en particular, algunos de los cuales tenían una vida muy difícil, veían a los sobrevivientes como ejemplos y fuente de inspiración.

Les organicé un viaje, una visita al Museo del Holocausto, lo cual fue un evento muy importante ese año. El enfoque que adopté fue el de la identidad: qué partes de la identidad no podemos perder nunca y qué partes de la identidad pueden arrebatarnos. ¿Qué hacemos después con lo que nos queda, después de la pérdida? Adopté este enfoque porque estos jóvenes sufren muchas pérdidas, por ejemplo, personas conocidas asesinadas a tiros o que se vuelven drogadictas. Pierden a muchas personas y muchos aspectos de su identidad en la vida. Por eso hablábamos de esto. ¿Cuál es la esencia de la identidad de cada uno? ¿Qué cosas no pueden quitarnos? Dedicamos mucho tiempo a hablar de la conducta pasiva de espectador que hubo en el Holocausto, porque es un gran problema en sus vidas, todo el tema de “no delatar a nadie”. Hablamos del Holocausto y de qué habría ocurrido si nadie hubiera delatado a nadie. ¿Y qué habría ocurrido si se hubiera hecho tal cosa? ¿Y si se hubiera hecho tal otra? Se identificaban de verdad con el Holocausto. Sabían que su experiencia de ser jóvenes afroamericanos en los Estados Unidos no era el Holocausto, pero el Holocausto tenía elementos que resonaban en ellos.

En este momento, tengo una ocupación totalmente diferente. Trabajo como rabina de una congregación en un pueblito, en un condado donde hay muy pocos judíos. Se encuentra al norte de Baltimore, a 40 minutos de mi casa. Por supuesto, es un ambiente totalmente diferente del Baltimore urbano. El año pasado, para el día de Martin Luther King, decidí que nuestra congregación debía reunirse con una congregación afroamericana para conmemorar la fecha. Entonces busqué en las páginas amarillas y empecé a pedir referencias, hasta que una persona me mencionó una congregación pentecostal. Y con esta congregación celebramos el día de Martin Luther King. Dediqué tiempo a visitar la iglesia y a reunirme con distintas personas. Este año lo volveremos a hacer. Nunca lo habría hecho si no hubiera pasado por la experiencia de St. Frances. Creo que esa experiencia permanece en mí de muchas maneras, y siento que como judíos deberíamos estar en contacto con nuestros hermanos afroamericanos, dondequiera que vivamos.